Los cambios en la razón de ser del Estado

  • 1 enero, 2021

Marco Espinosa Stout
Leonardo Tyrtania

En el año de 2020 se trabajó en la Resma el tema de los futuros posibles a partir de las utopías y las distopias, ideas disponibles en la literatura. Nos abocamos a los grandes problemas relacionados con la biosfera y el devenir humano. No hay suficiente claridad en cuanto la contribución antropogénica a la velocidad del cambio climático y en las formas que puede adoptar su continuidad social. Lo que sí queda claro es que el control de la relación sociedad humana-medio ambiente es una ilusión.

Por alguna razón que algo tiene que ver con esta ilusión no hemos abordado lo que es la principal utopía que hasta ahora da sentido a nuestra existencia colectiva: la del Estado. Sucede que actuamos la utopía del Estado —subrayo lo de actuar—al reproducir en nuestra cotidianidad su idealización en forma de una instancia omnipresente y todopoderosa. El Estado salvaguarda las normas de gobernabilidad, pero cuando algo sale mal con las gestiones del gobierno, los errores se explican simplemente como anomalías en la implementación. El gobierno sí, en cambio,el Estadono se equivoca nunca. La “razón de Estado”, a su vez, justifica todoacto de autoridad yes garante de la convivencia pacífica, al menos así lo creemos.

Es posible ubicar la utopía del Estado, la que nos tiene obsesionados, entre el pensamiento de corte kantiano y hegeliano. Kant está tomando como el punto de partida la categoría del bien común, la cual implica un cuerpo filosófico-ético en que un deber ser está establecido por la divinidad. Para Hegel el Estado resulta del devenir histórico de la Idea, en el que se realiza el espíritu humano. “Por mi Raza hablará el Espíritu”reza el lema de la máxima casa de estudios.El Espíritu se manifiesta en sociedades concretas que sostienen una cultura y un territorio común. Ambas corrientes filosóficas tienen sus raíces en el concepto aristotélico del orden como equilibrio universal.El universo tiene un orden establecido por ley natural y el deber del ser humano es comprender este orden mediante el uso de la razón. El ejemplo más convincente de esta manera de pensar es la geometría euclidiana concebida como una estructura profunda del Cosmos. Así también funciona nuestra utopía del Estado, como una suerte de matriz que garantiza el “orden y progreso”.

En las corrientes modernas el Estado es concebido como el equilibrio entre poderes (Montesquieu), producto de un contrato social (Rousseau), el Leviatán garante de la paz (Hobbes), representación de un soberano (Maquiavelo) o de una clase social (Marx). Lo común entre estas distintas posiciones es que entienden el Estado como un ente superiorcuasi metafísico que organiza las sociedades concretas. El Estado nos debe proporcionar antes que nada seguridad y certeza en nuestras relaciones cotidianas. Tan es así, que actualmente nuestra principal demanda social se centra en la formación y coexistencia en el “Estado de Derecho”. Actuamos la utopía del Estado asumiéndolocomo garante del orden superior. Sí acaso no lo conseguimos, es debido a las anomalías que deben y pueden corregirse, perola ideacomo tal es incuestionable, opera por sí misma. Es una manera de pensar que suele etiquetarse de esencialismo.

En resumen, la utopía más socorrida de la modernidad, ladel Estado-Nación,seconcibe comoel factorque da sentido al devenir civilizatorio de la humanidad. Pero, o sorpresa, la crisis civilizatoria que nos toca vivir no se deja entender recurriendo al concepto utópico de un orden superior garantizado de antemano. La idea de Estado como fuente de soberanía y de poderes extranaturales es simplemente insostenible.El calentamiento global es un hiperobjeto fuera de control, pero la parte manejable de la crisis, que sí la hay, se vuelve más difícil cuando losEstados-Nación insisten en su soberanía y manejanlas consecuencias del “cambio climático”cada uno a su propia conveniencia. Este es el caso de las cumbres mundiales del clima cuyos acuerdos no son vinculantes, pero sí insuficientes, por lo demás, imposibles de cumplir a cabalidad. El cambio necesarioen “el ser del Estado” como garante de los derechosy la convivencia pacífica comenzará, en mi opinión,cuandolos gobiernos pongan sus recursos estatales al servicio de la autoorganización de la sociedad. (Y también que se haga cargo de bienes comunes cuya administración sobrepasa las capacidades de empresas privadas, pero ese es otro tema de discusión). El cambio social que nos espera en medio de la crisis ecológica en cursoes hacia las unidades que puedan sobreviviral ras del suelo entre “las ruinas del capitalismo”.Las sociedades no cambian ajustando primero las ideas, los valores y la legislación para luego cambiar sus prácticas, sino al revés. De ahí que la autoorganización debe de tomarse muy en cuenta para formular las políticas públicas en los tres niveles del poder.Una crisis fuera de control no significa que sea del todo inmanejable. La pregunta es qué nos mueve a los humanos en sociedad para ponernos en la senda de la acción colectiva hacia una sociedad sostenible, democrática y libre…, o una alternativa de corte fascista.

¿Nos mueven los ideales o la necesidad? La autoorganización es cuestión de los dos, mas de la energía disponible y del tiempo que nos queda.

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