Puentes en tiempo de murallas

Mauricio Sánchez Álvarez

Hojas y musgo

Un psicótico construye un castillo
Y un neurótico vive en él
-Yoko Ono (O Sanidad)

Entre las distintas películas que este año han estado siendo consideradas para los premios de la industria del espectáculo, hay una, Fences (Barreras), dirigida por Denzel Washington y escrita por Auguste Wilson (autor también de la obra teatral original) que puede resultar de particular interés en un momento, como éste, en que varios países del mundo pasan por momentos ombligueros (por decirlo con cierta delicadeza). La trama de Fences, sobre la que no abundaré mucho aquí, deja ver, precisamente, los efectos de la cerrazón y el enaltecimiento de los valores propios a toda costa y a expensas de quien sea, y que habitualmente corresponde a una visión muy simple del mundo y sus cosas. Como si la interacción humana consistiese en hablar solo ante un espejo.

Pero, por fortuna, la película deja ver que el entorno, por más que se intente circunscribirlo y controlarlo está poblado de espejos de todo tipo –convexos, cóncavos, anchos, estrechos- de tal modo que las diferencias resultan no sólo inevitables, sino vitales. La diferenciación y sobre todo la discrepancia pueden ser experiencias tanto difíciles y dolorosas como gratas y promisorias si sabemos derivar aprendizajes de ellas, que es para mí lo que marca y distingue a un proceso adaptativo en su sentido proactivo.  

Así las cosas, me parece que uno de los efectos notables de lo que hemos venido a llamar globalización tiene que ver, precisamente, con la posibilidad de cultivar simultáneamente distintos tipos de interacciones, abreviando las distancias cuando no poniéndolas del todo entre paréntesis. Me encanta pensar que uno de los atributos de la Resma es que permite, cada mes, que seres humanos a cientos o miles de kilómetros de distancia se congregan para oírse mutuamente, con el deseo de aprender y la esperanza adicional de verse las caras al menos una vez al año. Podemos entender esta red multidireccional como una serie de puentes y como un esfuerzo que, entre otras, permite enfrentar estos absurdos –pero reales- intentos por parcelar al mundo a partir de un victimismo gratuito, cuyo rostro envalentonado (no valiente) trata de ocultar la falta de responsabilidad ante problemas que tanto ha contribuido a generar. No es la primera vez que un poder descomunal eleva una barrera para no ser franqueada. Pero ojalá fuese la última. Y ojalá contribuyamos con granito de arena a que así sea.

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