Por Helene Roux
“… El sistema devora y excreta seres humanos y recursos naturales, por igual. […] Pero al mismo tiempo esa gente, que está marginada, excluida, expulsada, viviendo en las regiones más deterioradas con los recursos naturales más frágiles y necesita salir adelante, necesita sobrevivir…lucha y se defiende y lo primero son las luchas por sus derechos y su dignidad…” (Conversación con Armando Bartra, 2003)
Estas líneas son extraídas de una conversación que sostuve en 2003, con el investigador y ensayista mexicano Armando Bartra… En aquel entonces, no hubiera pensado que esta constatación – inicialmente referida a las expulsiones de campesinos de áreas nacionales protegidas ricas en recursos naturales – pudiera aplicarse con tanta pertinencia a la situación de los migrantes que en los últimos años acuden desde África o Haití hacia el Sur del continente americano y más recientemente emprenden una larga y engorrosa travesía por América central, hacia el Norte.
Si no es tan novedoso, ese flujo silencioso, ha comenzado a suscitar el interés de los medios centroamericanos a partir de noviembre del 2015, a raíz de la crisis desatada por la llegada de miles de cubanos a la frontera norte de Costa Rica y repelidos violentamente en su intento de proseguir hacia Estados Unidos por las autoridades migratorias y militares nicaragüenses. Tal un terrorífico juego de sillas musicales, este acontecimiento, aparentemente alejado del fenómeno inicial, reveló una situación en la cual una miseria destrona a otra… en donde conflictos tan lejanos como el de Siria contribuyen a desviar los trayectos migratorios desde África, ya no hacia Europa sino hacia América latina; en donde los arreglos diplomáticos retroceden el estatus privilegiado de unos exiliados a la suerte de los demás migrantes latinoamericanos; en donde, finalmente, Estados tradicionalmente expulsores de mano de obra se acusan mutuamente de profundizar la crisis y tal una papa caliente, se arrojan el fardo de la “gestión” de miles de seres humanos, pero coinciden en rechazar a los ajenos, con los mismos argumentos xenófobos que otros países utilizan para estigmatizar a los propios.
Si el riesgo de ver abrogada la llamada “ley de pies secos”, a raíz de la reanudación de relaciones en La Habana y Washington, aparece claramente como motivo del éxodo de los cubanos, las razones que empujan a los llamados “extra-continentales” a escoger nuevas rutas para alcanzar la norteña tierra prometida solo aparecen en filigrana en los medios centroamericanos. Y ciertamente, la opción asumida por la mayoría de aquellos no ayuda a resaltar la dignidad de cada individualidad, sino que al sumar testimonios particulares contribuyen a despertar en las poblaciones locales, el secular temor de ver los precarios frutos de un frágil desarrollo amenazados por la incursión masiva de hordas miserables y harapientas.
Paradójicamente, no son los países con menor recursos que más endurecieron sus políticas migratorias sino precisamente aquellos que en los últimos años han experimentado mayor crecimiento… y, doble paradoja, a veces parte de ese crecimiento descansó en actividades efímeras, como en Brasil en donde las grandes obras emprendidas para acoger el Mundial de fútbol en 2014 y los Juegos olímpicos en 2016, requirieron traer mano de obra foránea. Algunos llegaron procedentes de los lejanos países de la África lusófona como Angola, Mozambique y Cabo Verde, o francófona como el Congo y Senegal. También de Haití, país con quien Brasil estrechó relaciones de cooperación tras el terremoto de 2010 que dejo la isla caribeña en ruinas. Al respecto, el diario La Nación de Costa Rica, en un artículo de septiembre 2016 intitulado “Haitianos se disfrazaron de africanos tras perder su empleo en Brasil[1]”, calificó de “política de puertas abiertas”, los 40.000 visas otorgados por Brasil en este entonces a miles de damnificados por el terremoto, señalando también que el acuerdo, a la vez, garantizó mano de obra a las empresas encargadas de construir la infraestructura necesaria al buen desarrollo de estos vistosos y lucrativos eventos planetarios. Pero, terminada la fiesta, menguaron las oportunidades de empleos (mal pagados) y con ellas la generosidad migratoria… Ecuador adoptó una actitud similar: estableció criterios particulares para la entrega de visas a los haitianos e incluyó a los cubanos a la lista de países sometido a un régimen especial[2]. Pero las razones, respecto a estos últimos, parecen descansar en el hecho de que, siendo educados y bien formados, puedan pretender a puestos de responsabilidades bregados por los ecuatorianos. De igual forma, Panamá, que aparentemente no dedicó los beneficios que le trajo la retrocesión del canal (en 2000) para la formación de profesionales, restringió su política migratoria y endureció las condiciones para obtener permisos de trabajo. Con la aplicación de la “preferencia nacional”, el Estado busca desalentar la contratación – a menor costo y/o a mayor eficiencia – de colombianos (huyendo del conflicto armado), venezolanos (huyendo de la crisis económica) y demás centroamericanos (huyendo del desempleo). La política de mano dura recae también sobre los africanos y haitianos que denuncian unánimemente el trato que les reservan las autoridades panameñas cuando, tras cruzar la selva del Darién en donde pululan bandas de asaltantes, llegan exhaustos y muchas veces despojados de sus pertenencias. Recogidos (o quizás más valdría decir interceptados) por los militares panameños, son ubicados en campamentos de los cuales no pueden salir, hasta que le toque al número que se les atribuye al llegar. Ese sistema les permite a las autoridades controlar la progresión de los migrantes hacia la frontera Norte. Chirila, quien llegó en avión y con visa a Colombia desde su Sierra Leona natal, cuenta que pasó por 9 o 10 campamentos y que se le cobró entre 5 a 15 dólares por cada traslado. Describe con indignación las condiciones deplorables del lado panameño: la alimentación escasa y la noche en el piso que él y sus compañeros de infortuna tuvieron que pasar en la frontera antes de ser entregados a las autoridades costarricenses.
Después de tal experiencia, los albergues ordenados, la atención de la cruz roja, la libertad de circulación y el permiso de transitar de 25 días (prorrogable una vez) que ofrece Costa Rica es sin duda un salto cualitativo valorado por los migrantes. Por lo tanto, no logra esconder un racismo latente que se manifiesta en sendas declaraciones sobre “el problema de la basura” causada por los migrantes que trastorna la proverbial pulcritud, enaltecida por los ticos a nivel de virtud nacional. En el pequeño poblado de el Cruce (Guanacaste), ubicado a 15 km de la frontera nicaragüense, los migrantes agrupados delante de la agencia de Western Unión o en los parques públicos causan inquietud… “A diferencia de los cubanos” afirman algunos habitantes y autoridades municipales, las costumbres, prácticas religiosas y culturales de los africanos son incompatibles con las de la sociedad costarricense. El favoritismo hacia los hispanohablantes (los cubanos) señalado por el anglófono Chirila es corroborado por una investigadora de la Universidad de Costa Rica. Sin embargo, su lectura de las causas de tal discriminación se funda en otras razones que las del idioma. Tras dedicar años dedicados al estudio de la migración de los nicaragüenses en Costa Rica (cerca de 400.000 personas), percibe más bien la movilización atenta desplegada por las autoridades ticas en favor de los cubanos como un ataque político disfrazado al vecino nicaragüense que, por razones ideológicas – igualmente arropadas en consideraciones leguleyas –, se opuso con vehemencia al paso de potenciales adversarios del ‘hermano’ gobierno cubano. En cambio, al no ser útiles para saldar cuentas sobre su diferendo migratorio, no le merece exceso de compasión a ninguna de ambas naciones la desgracia de los africanos y haitianos. Para ellos, ningún puente aéreo (como el que se les brindó a los cubanos) para ayudarle a contornar los toletazos y los gases lacrimógenas que reciben cuando intentan incursionar en territorio nicaragüense; para ellos solo la indiferencia de los ticos acerca del rumbo de las lanchas que zarpan de noche desde Costa Rica para encaminarles, más al Norte hacia otro muro… pero eso, son otros cien pesos…
Fuente: http://www.laprensa.com.ni/2016/06/21/internacionales/2055506-costa-rica-espera-a-20-mil-africanos
[1] http://www.nacion.com/nacional/politica/Haitianos-disfrazaron-africanos-perder-Brasil_0_1586041424.html [2] Afganistán, Bangladesh, Eritrea, Etiopía, Kenia, Nepal, Nigeria, Pakistán, Somalia, Senegal y Cuba.